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lunes, 1 de febrero de 2010

Murió el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez

Tiempo Argentino / Zetavisión / Zeta Inter Press

Era columnista de La Nación, The New York Times y el País de España. Innovó en la crónica con nuevas licencias y técnicas narrativas antes reservadas a la literatura.



Nacido en San Miguel de Tucumán en 1934, Tomás Eloy Martínez optó por el periodismo al desconfiar de que podría ganarse la vida con la docencia (era egresado de Letras). Su primer trabajo fue como corrector en La Gaceta de Tucumán y alguna vez recordó las lecciones de algunos maestros castigados por el peronismo.

En Buenos Aires se inició como crítico de cine de La Nación (1957-1961) pero sus reseñas poco convencionales disgustaron a los auspiciantes, quienes retiraron la publicidad.

Fue así que pasó a jefe de redacción de Primera Plana (1962-1969), que dirigía Jacobo Timerman, un semanario de baja tirada pero con gran influencia en el resto de los medios gráficos. De hecho, fue desde su tapa del 20 de junio de 1967, bajo el título "América, la gran novela", que Martínez proyectó al público masivo lo que luego se llamaría la literatura del boom.

Por esos años el país conservaba la maquinaria editorial a pleno, un vasto público urbano ilustrado y el mayor readership de prensa del continente; la novela en cuestión, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, acababa de ser publicada por el editor Paco Porrúa en Sudamericana.

A ésta seguirían otros lanzamientos, decisivos para mediar y conectar a los lectores con las vanguardias literarias. No es exagerado afirmar que Martínez fue el ideólogo y factótum de ese auge, que globalizó como nunca antes el concepto de un terreno común a "lo latinoamericano".

Más tarde fue corresponsal de la editorial Abril en Francia y dirigió Panorama (1970-1972), antes de encargarse del suplemento cultural del diario La Opinión (1972-1975). En todas estas redacciones, y en paralelo a otros escritores que modernizaron el periodismo, como Rodolfo Walsh pero también los estadounidenses Truman Capote y Tom Wolfe, innovó en la crónica con nuevas licencias y técnicas narrativas antes reservadas a la literaria. Sobre todo, refutó el dogma de la pretendida neutralidad del narrador.

Si Walsh se servía del género policial para contar hechos de violencia política, Martínez experimentaba con el registro de la subjetividad, introducía diálogos y climas más afines al monólogo interior y el relato fantástico. En un posterior ensayo sobre el empleo de la ficción en el nuevo periodismo, reelaboró el concepto de "ficción verdadera", en la que "la apropiación de la realidad" se vuelve más evidente, aun subrayando que "en el periodismo narrativo la realidad se estira, se retuerce pero jamás se convierte en ficción".

Según la estudiosa Cristine Mattos, su obra está marcada por "la valoración y persistencia de la duda, la incertidumbre, la inestabilidad", aunque otros críticos, como Noé Jitrik, la emparentan con la novela histórica.

En 1966 Martínez vio por primera vez al General en Puerta de Hierro. Por el aura romántica del exilio y el esoterismo del secretario José López Rega, el peronismo se convirtió para él en una gran matriz narrativa. En Perón vio la historia política en progreso, vio al patriarca mítico y a la pareja estrafalaria que recorren varias obras del realismo mágico. Si bien La novela de Perón y Santa Evita son novelas, el autor se sirve de procedimientos del periodismo. A la inversa, la literatura recorre sus crónicas en la ambición de la metáfora y el afán de detener el tempo de la lectura.

A diferencia de Walsh y el poeta Paco Urondo, que también escribieron sobre la masacre, Martínez basó La pasión según Trelew (1974) en testimonios, cartas, canciones y reportajes ya publicados; es sabido que la tercera edición fue quemada en el III Cuerpo del Ejército, en Córdoba. Pero cuando se hablaba de periodismo, Martínez no se refería tanto a sus contemporáneos como a los clásicos argentinos del siglo XIX.

En diálogo con el escritor Juan Cruz, atribuyó los orígenes del nuevo periodismo a las crónicas fundacionales de la tradición argentina: "El ejemplo máximo es Una excursión a los indios ranqueles", de Lucio V. Mansilla, que narra una expedición militar pero alcanza una dimensión literaria. O el Facundo, escrito como un panfleto político al igual que la novela Amalia. O las Aguafuertes de Arlt. Son literatura.

En 1984, en el primer número de la revista El periodista de Buenos Aires se publican capítulos de La novela de Perón en forma de folletín. Recordemos que tanto el Facundo como el Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, salieron en folletín, en El Mercurio, de Chile, y La Patria argentina.

Alejado de las redacciones salvo por períodos cortos, Martínez se convirtió en un destacado profesor en la universidad de Rutgers, Nueva Jersey.

tiempoargentino@gmail.com

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